Pueblo de Juarez- En un texto de Jose Marti
🕔 21 de Marzo de 2015La Guía aniversario de la ciudad de Juárez y su partido que editara Franz Froch[1] en 1967 transcribe, en su página 37, el fragmento de un texto del poeta cubano José Martí. El autor de la Guía lo titula “Lo que escribió José Martí, el héroe cubano en el año 1884 sobre Juárez”.
Es una verdadera curiosidad: fechado en Nueva York, en mayo de 1884, Martí describe a nuestra ciudad según se la cuenta un viajero.
Pensemos en el lugar, la fecha y los protagonistas… Sin dudas, no eran épocas de fáciles comunicaciones. El transporte era por tierra o por mar, en los lentos buques a vapor. Buceando en Internet sobre el tema, encontramos una página sobre la Historia de las relaciones exteriores de la Rca. Argentina que cuenta:
“En 1906, los barcos de vapor provenientes de New York tardaban 35 días para hacer el viaje hacia Buenos Aires, mientras los de origen europeo completaban su viaje en 19 a 25 días. Por su parte, los veleros norteamericanos, que todavía constituían el medio principal del intercambio comercial, requerían alrededor de 90 días.” (http://www.argentina-rree.com/10/10-015.htm)
Así que pensar en “un viajero” que haya estado en nuestro Juárez y se encuentre luego con José Martí en Nueva York, implica pensar en un hecho, por lo menos, curioso. Pero también nos lleva a reflexionar: ¿Cómo era el Juárez de entonces para que alguien se detuviera a describirlo con admiración? ¿Qué importancia tenía – productiva, comercial, política, cultural y social – para que se hablara de él a miles de kilómetros?
Mientras se preguntan sobre todo esto, les dejamos el texto completo de José Martí que se puede encontrar, en versión papel o digital, en el libro “Nuestra América” parte II.[2]
JUÁREZ
Ese nombre resplandece, como si fuera de acero bruñido; y así fue en verdad, porque el gran indio que lo llevó era de acero, y el tiempo se lo bruñe. Las grandes personalidades, luego que desaparecen de la vida, se van acentuando y condensando; y cuando se convoca a los escultores para alzarles estatua, se ve que no es ya esto tan preciso, porque como que se han petrificado en el aire por la virtud de su mérito, y las ve todo el mundo. A Juárez, a quien odiaron tanto en vida, apenas habría ahora, si volviese a vivir, quien no le besase la mano agradecido. Otros hombres famosos, todos
palabra y hoja, se evaporan. Quedan los hombres de acto; y sobre todo los de acto de amor. El acto es la dignidad de la grandeza. Juárez rompió con el pecho las olas pujantes que echaba encima de la América todo un continente: y se rompieron las olas, y no se movió Juárez. Dos hábiles escultores mexicanos lo han representado tendido sobre un túmulo, envuelto en un lienzo simple, y junto a sus pies desnudos agobiada con todo el arreo de los dolores, la Patria que lo llora. Pero él no está bien así; sino en estatua de color de roca, y como roca sentada, con la mirada impávida en el mar terrible, con la cabeza fuerte bien encajada entre los hombros; y con las dos palmas apretadas sobre las rodillas, como quien resiste, y está allí de guardián impenetrable de la América.
No queremos hablar de Juárez ahora, sino de un pueblo que hay en la América del Sur llamado por este nombre. Las maravillas ajenas cantamos, como si no las tuviéramos propias.
Un viajero nos está contando del pueblo risueño y próspero de Juárez. En medio de quintas y haciendas se levanta, y en cuatro leguas a la redonda está todo lujosamente cultivado. Anchas de veinte varas son sus calles, y algunas de treinta, y sus manzanas, tiradas en cuadro a los medios vientos, tienen 100 varas por 140. Acá una escuela de varones; y más allá, la de niñas; más allá, escuelas mixtas, dónde se ensaya con miramiento y éxito la educación en común de los niños de poca edad.
Numerosas casas de comercio, llenas siempre de vendedores y compradores de los varios artículos del país, negocian por grandes sumas la desbordante cosecha de trigo; la sucursal de un banco poderoso adelanta con cordura capitales a cuanto agricultor honrado se los pide; a la sombra de las aspas de los molinos están ya tendiendo los últimos rieles del ferrocarril que a distancia de cien leguas va a unir a Juárez con la capital de la república famosa; límpianse a toda prisa los terrenos vecinos para dar a familias extranjeras, mezcladas con algunas nacionales, haciendas de 60 a 90 acres de tierra excelente, a pagar en diez años y de lo mismo que el suelo vaya dando: la población animadísima, ya pasea en los días calurosos por la gran plaza central, de altos árboles sombreada, que es la gala del pueblo, o por otras cuatro plazas bellas que tiene la ciudad en las esquinas,?ya se junta en la airosa casa del rico municipio a platicar y danzar alegremente.
Del trigo, no saben qué hacerse. Dicen que inspira dicha la de aquellos prósperos habitantes.?Son numerosas las sociedades caritativas; y si la de los españoles es unida, no le va en zaga la de los italianos.?Ya tienen más hijos y están levantando más escuelas.
Pues esa hermosa ciudad fue fundada sobre la yerba de una llanura, hace siete años.
Y ¿dónde es la maravilla? ¿En Texas? ¿En Colorado? ¿En algún territorio de los Estados Unidos?
No: es en Buenos Aires.
La América. Nueva York, mayo de 1884.
[1] Recordado fotógrafo.
[2] Nuestra América es un ensayo filosófico y político publicado por José Martí en 1891. Navarrete Orta explica que el objetivo del ensayo es “el análisis crítico de una situación histórica determinada y, a partir de allí, la formulación de propuestas para el cambio social, todo lo cual determina el uso de un lenguaje referencial, pero su tejido verbal está tan empapado de lenguaje expresivo, tan potenciado connotativamente por la carga poética”