Villa Cacique : Una historia real
🕔 02 de Abril de 2018Daniel Verón estaba muerto de frio en una trinchera en las Islas Malvinas. La guerra estaba en su peor momento. La moral de los soldados estaba baja. La gente del continente mandaba cartas a esos valientes que se jugaban la vida por el capricho de un militar de dudosa jerarquía. A Daniel le dieron una carta, la leyó y le cambió la vida. Se trataba de una niña de Villa Cacique del Partido de Benito Juárez, un lugar que no sabía que existía. Las palabras de la niña cuyo nombre es María Gabriela Suárez le levantaron la moral y gracias a ella salió de esas islas demasiado famosas con vida, y con ganas de tener una nueva oportunidad.
De regreso al continente volvió a su casa en Buenos Aires. Trabajó y trató de rehacer su vida, pero el peso de aquellas palabras lo hacían mirar el teléfono y buscar en el mapa a un desconocido pueblo del interior profundo bonaerense. Llamó a Villa Cacique y habló con los padres de María y luego con ella para decirle que su carta le había ayudado mucho y que gracias a ella estaba con vida. La familia lo invitó a Villa Cacique porque querían conocer al héroe. Daniel, sin pensar ya demasiado, pronto se vio en la ruta y las primeras sierras le mostraron la puerta a un eden y también a un nuevo comienzo, el cerro El Sombrerito y las cumbres de Boca de las Aguilas lo guiaron hasta una comarca perdida en el mapa, territorio de trabajadores que llegaban a la cementera Loma Negra para pasar sus horas en la fábrica y aquellos que se animaban a labrar la tierra, sembrando y cosechando frambuesas y frutillas.
El encuentro fue una unión para siempre y también el hallazgo de dos almas desconocidas que se conectaron por primera vez en ese archipiélago neblinoso y fatal y que se encontraban cara a cara en ese territorio serrano aislado, isla entre un mar de tierra. La familia de María, lo invitó a quedarse unos días en este pueblo que es una villa que dependió siempre de Loma Negra, y que tiene un halo a finisterre. Barker, a unos metros de Villa Cacique es la planta urbana más consolidada, en cambio la segunda es claramente un pueblo de trabajadores, de calles que suben y bajan, algo desordenadas pero con el encanto de ser tierra de paso para muchos y campo ideal para buscavidas.
Daniel tuvo la oportunidad de hablar con María y agradecerle aquella carta. Aquella carta que en la distancia significó un pasaporte para dar vuelta una página en su vida y comenzar con una existencia más tranquila. Las caminatas por las ondulantes calles de Villa Cacique le hacían recordar a la geografía insular, pero acá no había ningún enemigo, todo lo contrario, había en el aire una sensación a redención. Se hicieron muy amigos con la familia de María, de alguna manera lo adoptaron dentro de ese cariño tibio que crece en las casas del interior. Las primeras dudas no fueron tan pesadas y pronto halló la salida a su vida post guerra. Si en las Malvinas había conocido el terror, el frío, y la desesperación, aquí, gracias a aquellas palabras escritas desde el corazón de una niña que le decía que “Villa Cacique no es tan grande pero es hermoso” supo que los pasos de sus días debían detenerse acá. Así fue que Daniel Verón se quedó a vivir en Villa Cacique.
Consiguió trabajo y formó una familia y hoy es uno de los personajes más entrañables del pueblo, todo lo que la vida le dio, lo devuelve. Organiza colectas para llevar comida y elementos de primera necesidad a las escuelas rurales del norte del país, creó una “Comisión por mi pueblo” un espacio donde intentan junto con otros vecinos darle una mejor calidad de vida a Villa Cacique, pudo ahorrar y construyó dos cabañas que son las únicas del pueblo, una se llama La Bonita y otra, la más simbólica “Mi Destino”
La niña que le escribió la carta trabaja de cajera en un supermercado. Ya es una mujer y tiene una vida como la que alguna vez acaso soñó, en su querido pueblo. Daniel vive a seis cuadras de ella y se ven casi a diario. La historia de ellos dos es un cuento real que comenzó en un pueblo perdido entre las sierras bonaerenses, una carta que voló miles de kilómetros hasta llegar a las manos de un soldado aterido de frio en unas islas al fin del mundo y terminó donde se inició. María y Daniel son la historia de una Argentina interna en donde el final fue feliz.
Por Leandro Vesco - Revista El Federal-