La charlita que nos debemos por Juan Opazo Gallegos
🕔 17 de Agosto de 2015La charlita que nos debemos.
Cuando un estado gripal me arruina un fin de semana, lo que más quiero es apartarme de todo tipo de ruidos y estar lejos de lo que me puede alterar, como el olor a cigarrillos, bocinazos, gritos descontrolados… Pero, todo ese de deseo de tranquilidad me dispara un montón de pensamientos útiles y otros inútiles, “la cabeza me da vueltas”, recorro paisajes de todo tipo.
En uno de estos vaivenes se me apareció la figura de mi abuelo paterno, que falleció cuando yo era un niño. A él lo puse como parte de mi juego imaginario, lo pensé como una fantasía blanca, sin miedos, ni cosas raras. Simplemente reflexioné ¿qué pasaría si él pudiera estar sólo unos minutos en esta realidad? Pero lo mas importante ¿Qué haría yo ante el? Para alguno esto puede ser un estado gripal con fiebre, y…. ¡si!
Pero, pero de eso se trata. Pensar aunque sean cosas inauditas. Y lo asombroso es que su ausencia me despertó añoranzas, igual que otros seres queridos que ya no están. ¿Si se dieran una vueltita por aquí?, cuantas cosas charlaría con ellos, cuántas cosas les contaría, les mostraría lo cambiado que está todo… Sin embrago, por más que sueñe, ese tiempo no vuelve más.
Estoy con este breve relato usando palabras unidas por un recuerdo, palabras que acoplan sentimientos, que me provocan una necesidad de comunicación.
Esta experiencia de nostalgia la he visto reflejada en muchas personas, pero con la fuerza de la realidad y los sentimientos marcados por el dolor. Entonces, pensemos antes del fin.
El diálogo es uno de los mejores caminos para llegar a la verdad, la que compartimos con otros, con la familia y los vecinos. El diálogo es salud. Cuando hay una familia que se entiende por la palabra afectuosa, por el esfuerzo de llegar al corazón del otro, va poniendo un sello que no va a derribar el tiempo. Si no hay dialogo es posible que se cierren las puertas del alma, de la intimidad del otro. Que dejemos de ser “íntimos".
Las familias sufren muchas tensiones causadas por las exigencias de nuestro mundo, realidades que se les hace imposible desligarse. Por lo que es conveniente que echemos cable a tierra entre nosotros, los que compartimos la mesa, la casa, los trabajos diarios o los proyectos.
Diálogo, uno o más que razonan. Pareciera que nos hemos acostumbrado al bombardeo de discursos sin contenido o al paquete panfletario de distintos colores. Frente a esto, tendríamos que asumir una actitud crítica, abierta al planteo en la diversidad, con tono fraterno, sin la idea del enemigo permanente. Esto se siembra a nivel familiar, grupo de amigos o convecinos.
La vida, como la conocemos, se vive una vez. ¿Qué tal si dejamos de sembrarla de motivos de nostalgia? Pongámosle signos de humanidad, de encuentro de personas que se descubren con asombro. Despertemos la edad de la inocencia y los sueños, volvamos a creer en los otros. Pongamos gestos de transparencia y palabras sin dobleces.
Los seres humanos somos algo contradictorios. Tenemos una gran cantidad de medios para nuestra comunicación, hay un montón de aparatos que nos hacen fácil la vida. ¿Resultado? Pareciera que estamos más incomunicados, menos dispuestos a tolerarnos, fáciles para la agresión, desconfiados ante los otros. Incorregibles en nuestras costumbres.
Hagamos posible volver a cruzar nuestros discursos, nuestros razonamientos, para favorecer el sentido común (siempre perdido en alguna maraña de conceptos) para llegar a la verdad, nuestra verdad, la que abre los ojos a todos.
Como cada comienzo implica también un fin. Vuelvo atrás.
Ya se me fueron los achaques. Todo va pasando sin parar, voy terminando esta reflexión pensando en si mismo y los vecinos del pueblo: “Quien considere que aquí he dejado una idea positiva, puede tomarla con toda libertad”.
Juan Opazo Gallegos
Cecilia ,sí,difícil pero hay que intentarlo incansablemente.Vale la pena.Gracias por la reflexión JUAN GALLEGO
Esta nota es imposible no relacionarla con las charlas del Dr. Aguirre. Lo difícil ponerlo en práctica.