Espiritualidad y Salud IV por Dr. David Aguirre
🕔 05 de Agosto de 2015
Espiritualidad y Salud IV: El viaje interior
El libro “La enfermedad como camino” de Thorwald Dethlefsen y Rudiger Dahlke ha cuestionado los fundamentos de la medicina y ha planteado la necesidad de contar con una filosofía de la medicina. No discutir solo los métodos de su práctica sino analizar lo que parece una obviedad, porqué y para qué curar.
Según la perspectiva de los autores, la enfermedad en el nivel físico es una señal que marca un problema más profundo a nivel psicológico o espiritual. En este sentido, la enfermedad no sería un enemigo a combatir sino un aliado que quiere ayudarnos mostrándonos algún problema en nuestras vidas que debe ser encarado y resuelto.
La enfermedad se propone como una señal de “pare” en el camino, en primer lugar detenernos y obligarnos a tomarnos un tiempo para recapacitar y poder ver las cosas desde otra perspectiva. Sería muy tonto, por ejemplo, enojarnos con el reloj de combustible en el automóvil si este marca vacío, lo que hay que hacer es una acción concreta, cargar combustible. Así cuando aparece una enfermedad hay que hurgar más profundo y seguramente será necesario tomar decisiones de vida, modificar conductas, madurar, etc. Como se verá este es un enfoque revolucionario sobre la enfermedad y la medicina, porque en este caso la enfermedad lejos de “enfermarnos” lo que procura paradójicamente es sanarnos.
Mientras la medicina procura “curar” la enfermedad del cuerpo no se debe perder la perspectiva más profunda de “sanar” de manera integral al ser, permitir que la enfermedad cumpla su propósito de ayudarnos a “vivir”, esto es vivir más intensamente, con mayor conciencia, disfrutando el existir, gozando cada emoción, entusiasmados con cada proyecto, comprometidos con cada acción.
En definitiva esa es la razón de la vida, simplemente vivir. Sin embargo con harta frecuencia vivimos enajenados de nosotros mismos, se nos pasa la vida entretenidos en otras cosas y por eso la muerte es dolorosa, porque no se ha vivido. Cuando se ha vivido bien la muerte es solo un cierre elegante, el fin de un capítulo.
Para “vivir bien”, para vivir conscientemente, para vivir en el presente, es necesario salir de la superficialidad corriente, profundizar, ir hacia el centro de lo que somos. Este es el viaje interior, la búsqueda espiritual cuya meta es el despertar según el taoísmo, la iluminación según el budismo, el nuevo nacimiento según el cristianismo, la trascendencia según la psicología, el encuentro con uno mismo o descubrimiento del ser según la filosofía; en fin, distintas maneras de nominar lo que no se puede en realidad enunciar.
El resultado de esta búsqueda es un ser humano superior, moralmente más elevado, intelectualmente más lúcido, con ausencia de culpa y de miedo, pleno, eficaz en la acción, que habiendo trascendido su pequeño “yo” sin embargo se halla comprometido con su entorno inmediato, feliz con esa felicidad incausada (por lo tanto tampoco hay causa que la puede malograr), en el que se ha despertado el sentido de la inmortalidad y se ha perdido el miedo a la muerte. Es decir un individuo pleno o sano.
Hace falta este tipo de medicina, con objetivos más elevados, con una visión integral del ser humano. Que no se quede en “tapar agujeros”, recetar pastillas, intervenir sobre el cuerpo; que a veces será necesario, pero que no es el quid de la cuestión. El meollo del asunto está más allá, y hacia más allá o hacia más adentro hay que ir. El médico de hace unas décadas, era algo más que médico; era consejero, persona de confianza, amigo de la familia. Era consultado para decisiones que iban más allá de la mera salud corporal, porque existía esta noción más integral. Y si nos remontamos a siglos o milenios para atrás, vemos al médico-sacerdote, médico-chamán o hechicero-medico, porque se vinculaba la enfermedad con estas cuestiones espirituales relativas al ser.
Comprendiendo que el ser humano es mucho más que un cuerpo, entendiendo que el cuerpo es la expresión material de lo que somos, un nivel más del ser, el abordaje del binomio salud-enfermedad debe ser holístico, integral. No se puede resolver un problema sin ir a sus raíces, curar una enfermedad corporal sin sanar profundamente el ser. Salud es completo estado de bienestar, de estar bien; y para estar bien “completamente” es imprescindible el viaje interior, la búsqueda espiritual, el desarrollo del ser, evolucionar hacia la madurez humana.
La enfermedad nos ayudará a avanzar en el camino, pero obviamente no es el único recurso con el que contamos para crecer, ni tampoco es imprescindible para crecer y madurar. Basta con darnos cuenta, tomar conciencia y entonces disponer de un tiempo diario, de un lugar apropiado, de poner la atención en ello, en la búsqueda, y aparecerán palabras que nos sonarán de otra manera, frases que nos impactarán, libros, charlas con amigos, conferencias a las que asistiremos, cursos para realizar, técnicas de meditación para aprender. Quizás para algunos, el andar un trecho dentro de una religión, la psicoterapia o la terapia de algún terapeuta alternativo. Como sea, nace una inquietud, se comienza a sentir sed de algo más profundo, la necesidad de algo más real. Al principio es solo “algo”, así medio difuso, luego empieza a cobrar forma y con más nitidez se ve hacia donde se quiere ir. No sin algún dolor, a través de la “noche oscura”, cada vez con mayor convicción, el viaje interior comienza. El destino es la plenitud, el bienestar completo, es decir, la salud.