Salud y espiritualidad II
🕔 04 de Junio de 2015Salud y espiritualidad II
Bruce Lipton, biólogo celular norteamericano en la década de 1960, experimentando con células madre observó que dichas células, todas poseedoras del mismo código genético, desarrollaban diferentes tejidos – muscular, óseo, conjuntivo, etc. – según el líquido donde se sumergían. Esto significaba que era el entorno celular, percibido por la membrana celular, y no el núcleo celular, donde se encontraba la cadena del ADN, el que determinaba el desarrollo de la célula.
Las implicancias de esta observación son enormes. Se esperaba que con la decodificación del genoma humano se podría conocer “la matrix” donde se gestaba lo que experimentaría el ser humano a lo largo de su vida, se especulaba en la posibilidad de encontrar la solución a tantos problemas y la curación de tantas enfermedades. Sin embargo, estas observaciones de Lipton daban por tierra con dichas especulaciones, porque según esta perspectiva, sería la membrana y no el ADN, el entorno y no el núcleo, lo que determina el devenir de la célula. Y tan cierto es esto, que luego de completado el proyecto del genoma humano, al poco tiempo, nació una nueva ciencia, la epigenética, que justamente estudia aquellos factores: proteínas, neuropéptidos, enzimas, hormonas, etc. que actúan sobre el ADN y determinan las características que los genes expresarán modificando la conducta de la célula.
En el cuerpo humano las células se encentran inmersas en el especio intersticial, el cual se halla bañado por la sangre que le llega por los capilares sanguíneos, ese es su “entorno”. Y la sangre contiene minerales, nutrientes, hormonas y todo tipo de compuestos químicos disueltos en el plasma que son controlados por el sistema endócrino. Las glándulas que componen dicho sistema son a su vez controladas por la hipófisis, esa pequeña glándula ubicada en la base del cerebro recostada sobre la silla turca, a la que le llegan las aminas liberadoras secretadas por el hipotálamo que gobiernan su funcionamiento. El hipotálamo es una parte del cerebro interconectado con las neuronas de los hemisferios cerebrales que son los que perciben a través de los órganos de los sentidos el “entorno” del ser humano. Esta cadena de eventos es lo que justamente una ciencia joven, la Psiconeuroendocrinoinmunología (PNEI), investiga.
Es decir que este “entrono”, el mundo exterior, es el que finalmente por medio de esa cascada funcional determina el comportamiento celular. Ahora bien, la percepción del mundo exterior por los órganos de los sentidos, se encuentra inextricablemente unida a los aspectos psicológicos del individuo. Si en la semioscuridad una persona cree ver una serpiente en su camino, aunque sea una cuerda, reaccionará como si fuera una serpiente: se asustará, tendrá taquicardia, se le secará la boca, probablemente huya corriendo. No es la realidad lo que determina su reacción, sino lo que ella interpreta de la misma, la que afecta a todo el comportamiento de su organismo.
Y resulta que somos personas muy sugestionables! Ya a principio del siglo XX, Emily Coué, psicólogo y farmacólogo francés se había percatado de la importancia de esta cuestión y desarrolló un método de autosugestión consciente para obtener ingentes beneficios en la salud. Su frase “Día tras día, en todos los aspectos, me va mejor, mejor y mejor” recorrió el mundo en sus días. Es el mismo principio que sustenta el efecto placebo de los medicamentos y que permite curar una enfermedad solo por creer que una píldora tiene dicho poder, aunque esta sea una sustancia inocua. O el efecto nocebo, que es sufrir un mal al creer que un determinado objeto o gesto puede provocarlo.
De estos conceptos se desprende la importancia que tiene para la salud, la negatividad, la queja, el pesimismo, el desgano, el miedo, por un lado, y el ser positivo, alegre, confiado, entusiasta, por el otro. Estas actitudes afectan al funcionamiento del sistema inmune y el comportamiento celular. De ello depende que estemos sanos o enfermos, que una célula alterada no sea destruida por el sistema inmunitario y aparezca el cáncer, o que un virus termine enfermándonos.
Finalmente, será nuestra madurez, nuestro desarrollo humano, nuestro equilibrio emocional, nuestro crecimiento espiritual, el que condicionará la percepción de la realidad, el que contribuirá a la creación de nuestra propia realidad, el que nos conduzca a la tan apreciada salud plena.
David Aguirre